Texto escrito el 6 de Mayo de 2010
Había una vez, en un mundo imperfecto, un joven hombrecito colmado de extrañas manías y miedos irracionales. Aquel joven dedicaba la mayoría de sus horas a las computadoras. Ocho horas diarias, cinco días a la semana trabajaba como programador para una importante empresa de seguros. El resto de horas libres las ocupaba en su ordenador personal en el que jugaba a multitud de juegos y bajaba montones de películas que ordenaba y catalogaba con esmero cual celoso coleccionista, pero que después nunca veía. Wislow, nick por el que se hacía llamar, era un chico consagrado a los bits. Él no entendía el mundo analógico que le rodeaba, no entendía de imperfecciones, para él todo debía ser unos, ceros o combinaciones de ambas. Para aquel chico digital se hacía extremadamente difícil vivir en un mundo analógico. Las relaciones personales para él eran tan complejas como podría ser para cualquier simple mortal la física cuántica. Cuando Wislow quería comunicarse con su computadora solo debía emplear una serie de comandos: CD para abrir carpetas, MD para crear carpetas, DELETE para borrar, etc… No había más, no existía «por favor», ni «gracias», ni mirar a los ojos y sonreír, ni nada por el estilo. Todo en el mundo digital era como debía ser, o sabías el comando o no lo sabías, o lo introducías tal cual y la computadora obedecía o cometía cualquier error tipográfico y obtenías un «comando desconocido». Así de simple era todo en su universo.
Por desgracia o por algún tipo de error incomprensible Wislow había nacido en un mundo que no respondía a los comandos como estaba determinado. Un universo donde un comando usado tal cual con una persona no provocaba el mismo efecto que con otra persona, donde los pequeños matices como el tono de voz, la expresión facial, la gesticulación e incluso el aspecto personal producía diferentes respuestas para los mismos comandos. El joven Wislow había llegado ya casi a la treintena y aun nadie se había preocupado de explicarle como vivir en un mundo analógico. Imagino que no os será difícil entender el desconcierto que provocaba esta falta de conocimientos sobre el mundo que le rodeaba. Aquel chico estaba plagado de manías. Manías provocadas por el constante miedo a lo imprevisible. Si alguna vez ese chico había sido robado por alguien el pensaría que todo el mundo querría robarle. No sabría distinguir situaciones arriesgadas de ambientes inofensivos ya que no era consciente de los pequeños matices que los diferenciaban. Lo mismo ocurría si alguna vez se habían mofado o alguna chica había hecho burla de él, pensaría que tod@s querrían hacer burla. Había aprendido a vivir en un constante estado de defensa. Había instalado su propio antivirus y un firewall que limitaban los acceso a su sistema a unos mínimos indispensables: Los necesarios para poder seguir viviendo aun sin disfrutar de la vida.
Esta es la vida de nuestro amigo Wislow y de muchos otros individuos que nacieron en un mundo equivocado y no supieron adaptar su sistema.
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