Deja que te explique.

Sí, tal como lo oyes: aprobé porque no quería aprobar.

Cuando me apunté a la oposición, a finales de 2010, estaba gordo, fumaba, bebía y nunca había hecho deporte. Además, no confiaba en mí para nada. De hecho, estaba transitando una depresión y una situación personal complicada.

El caso es que acababa de apuntarme a la academia en noviembre y justo en enero salió la inscripción. Aquello era imposible: no me daba tiempo a preparar todo el temario en condiciones. Así que me lo tomé de otra manera. Me relajé. Pensé: “esta no es la mía, voy a trabajar mi temario lo mejor posible para la próxima convocatoria”.

Y eso hice. Empecé a disfrutar del camino, de mi nueva vida, de mis compañeros, de mis nuevos hábitos y, sobre todo, de mi nuevo y reluciente propósito. Qué bien sentaba saber que uno tenía un rumbo. ¡Ya no iba perdido!

Mi lema

Mi mantra era sencillo:
“Me da igual el resultado. Pase lo que pase, yo habré hecho todo lo que dependía de mí.”

Yo solo tenía dos cosas en mente:

  • Disfrutar mi nueva vida.
  • Hacer todo lo que estuviera en mis manos para no tener remordimientos en el caso de que me “hubiera equivocado de elección” al opositar.

Para mí era muy importante tener la sensación de que, me diera lo que me diera la vida, era lo que me tocaba vivir. Porque ya no había nada más que dependiera de mí.

¿Qué quiero decir con esto?

Básicamente, que no falté ni un solo día a la academia.
Que fui cada viernes a pista, cada domingo a la piscina y cada miércoles a oficio como si fuera religión.
Que estudié cuatro bloques de 45 minutos cada día, de lunes a sábado, como un reloj suizo.
Que hice una por una todas las tareas que tenía que hacer, poniendo el foco solo en mi día a día.

No meo contra el viendo cuando sopla a mi favor

Pero la vida a veces tiene esas cosas que hacen que los planetas se alineen y lo que parecía imposible se convierta en una realidad.

¿A qué me refiero? Pues que durante el proceso hubo impugnaciones que alargaron los plazos, y los exámenes que deberían haber empezado en marzo se acabaron yendo a septiembre.

Pero como dice el gran Sharif:

No pido perdón, no me arrepiento
Ni meo contra el viento cuando sopla a mi favor
No soy tan señor, ni tan cretino
De luchar contra el destino cuando me da la razón
Me da la razón, cuando el destino me da la razón
No discuto, exprimo el minuto y lo disfruto

¿Cuál fue el resultado?

Básicamente, que sin darme cuenta me convertí en ese opositor que se merecía su plaza.

  • Que, de no saber casi nadar, acabé aprobando una de las pruebas de natación más duras en oposiciones.
  • Que, de no haber corrido nunca, bajé el 1500 a 4:33.
  • Que, de nunca haber sido buen estudiante, saqué una de las mejores notas en temario de toda la oposición.
  • Que, de no haber cogido nunca una herramienta, aprendí cinco oficios y pasé una de las oposiciones más exigentes de España.
  • Que, de estar quemado y frustrado en mi trabajo, conseguí reinventarme.

Y así, casi sin darme cuenta, conseguí el casco y empecé a trabajar en uno de los oficios más bonitos y gratificantes del mundo: el de bombero.

Lo que me llevé de verdad

Sí, conseguí la plaza. Pero lo más importante no fue eso. Lo más valioso fue lo que me llevé por el camino:

  • La confianza de saber que puedo conseguir lo que me proponga. Que todo es cuestión de constancia y dedicación.
  • Conocerme a mí mismo, y entender que mis límites no estaban donde yo creía.
  • Comprender que cuando muchos me decían “no puedes, eso es imposible”, no hablaban de mí, sino de ellos.

Conclusión

Aprobé mi oposición porque no quería aprobar. Porque pensé que no era mi oportunidad y simplemente me limité a disfrutar. Porque solté el apego al resultado y me dediqué a dar lo mejor de mí cada día.

Si hoy disfruto de lo que hago y afronto nuevos proyectos con confianza, es porque la oposición me enseñó la lección más importante: no se trata de obsesionarte con el destino, sino de disfrutar del camino.

Y cuando disfrutas de lo que haces, los resultados llegan solos.